Muy al sur de la ciudad, este costilludo animal tiene una historia por contar.
Flaco, vandalizado y olvidado. Abandonado dos veces: la primera, cuando fue dejado a su suerte, como uno de los muchísimos perros callejeros que deambulan por la ciudad, esquivando coches y olisqueando en busca de comida. La segunda, cuando, ya convertido en monumento, fue colocado el 20 de julio de 2008 en un lugar muy poco frecuentado de la Delegación Tlalpan.
Al sur, muy al sur, donde la Avenida de los Insurgentes casi pierde nombre, vive Peluso: un perro de metal que, cabizbajo, ve pasar a los autos y a los caminantes. Hasta hace unos meses, el misterio de quién es este can podía ser fácilmente desvelado, pues a sus pies se encontraba una placa que decía lo siguiente:
“Mi único delito fue nacer y vivir en las calles o ser abandonado. Yo no pedí nacer y a pesar de tu indiferencia y de tus golpes, lo único que pido es lo que obra de tu amor. ¡Ya no quiero sufrir, sobrevivir al mundo es sólo una cuestión de horror! ¡Ayúdame, ayúdame, por favor! Peluso.”
Sin embargo, hoy Peluso se ha quedado sin voz. Algún maleante —ya sea por deporte o porque el metal se vende bien y le pudo sacar unos pesos— arrancó la placa y a los pies de este can hay sólo un recuadro de concreto, pintando con graffitis ininteligibles. Un detalle que pocos conocen es que su creadora, Girasol Botello, le creó un gemelo, el cual se encuentra mejor resguardado. Dentro del santuario para perros Milagros Caninos, ubicado en Xochimilco, se encuentra una réplica exacta de Peluso, a salvo del ocio y la mala leche de los graffiteros.
Fue precisamente el personal de Milagros Caninos quien erigió el Monumento al Perro Callejero como un recordatorio de los muchos peludos que día a día son abandonados o que nunca conocieron hogar humano. Según la vicepresidenta de la Comisión de Derechos Humanos en la Ciudad de México, Ángela Peralta, un 30 por ciento de los perros en la ciudad tienen dueño, otro 30 por ciento son mascotas “comunales” (residentes de unidades habitacionales y vecindades) y otro 40 por ciento se encuentra en las calles, sin un dueño que vele por ellos.
Y la cantidad crece y crece. De hecho, la misma funcionara urge a actualizar este censo, pues fue levantado hace ya varios años y se sospecha que el número se haya incrementado de manera importante. Lo que sí se sabe es que, sentimentalismos aparte, el que haya tantos animales sin dueño representa un problema de seguridad y de salud púbica. Las heces que estos animales dejan en el asfalto se pulverizan y terminamos respirándolas todos. A veces, aún frescas, las pisamos y, encabronados, buscamos el primer oasis de pasto para limpiarnos la mierda.
Tan sólo en la Ciudad de México, anualmente la Secretaría de Salud atiende entre 16 mil y 18 mil mordeduras de perros, muchos de ellos callejeros. ¿Qué motiva a estos canes a tirar la tarascada? No lo sabemos. Tal vez defender su territorio, tal vez protegerse contra la violencia que sufren a diario de los transeúntes, tal vez un instinto de cazador que brota a la menor provocación. Pelusos salvajes, Pelusos hambrientos, Pelusos hostiles sobreviviendo en una ciudad ya de por sí complicada para los humanos.
Lo que sí sabemos es que Peluso, el perro flaco y abandonado, merece ser visitado. Basta con treparse a la Línea 1 del Metrobús y bajarse en la estación Ayuntamiento. Ahí, justo entre el Instituto Nacional de Neurología y el Deportivo Vivanco, su cuerpo costilludo de 89 kilos de bronce te espera, en la búsqueda de esa caricia que le fue negada en vida. Y aunque se encuentra inmóvil, ten por seguro que si pudiera, movería su colita metálica y te lamería la mano, en señal de gratitud.