La felicidad, la tristeza, la ira y el asco, duran como máximo 25 minutos, pues desde el momento en el que se experimentan, el cerebro las atenúa gracias a su capacidad para desensibilizarse.
Este proceso biológico se puede ver afectado por aspectos psicológicos y sociales en una persona, de ahí que para algunos sea más difícil superar pérdidas o querer prolongar la felicidad, cuando esta ya terminó.
De forma anatómica, las conexiones neuronales se hacen más evidentes entre los 8 y 12 años, por lo que si un niño aprende violencia estas se verán modificadas, lo que hará que el pequeño no pueda identificar de manera adecuada las emociones.
La amígdala cerebral es responsable del inicio de la emoción; el hipocampo de la memorización del evento y de la circunstancia a la que está asociado, mientras que el giro del cíngulo interpreta la evaluación a futuro.
Esta área no sólo evalúa las propias emociones, sino también la mirada, la expresión de la boca y el lenguaje corporal de otras personas, con una interpretación de las emociones de los demás.
Reconocer que las emociones son cortas, en especial la felicidad, permitirá que una persona disfrute el momento y lo que tiene, aunque se establezcan ciclos, estos se vivirán de forma diferente.
Cuando una persona se siente feliz, su cerebro libera dopamina y conforme el tiempo pasa la cantidad de esta sustancia disminuirá, Así, en las primeras etapas de la vida, de la adolescencia a los 25 años, las personas son más felices.
Por otro lado, en las emociones negativas como la ira y la tristeza, el proceso de amplificación de la señal hace que la memoria establezca atención selectiva desactivando otros elementos.
Es así como se favorece la memoria hacia lo negativo y desaparecen de cierta forma los aspectos que podrían disminuir el dolor a futuro.