Las andaderas en un inicio se crearon con el objetivo de ayudar a personas que no podían caminar, debido a un accidente, enfermedad o por la avanzada edad, y necesitaban apoyo para movilizarse. También procuraban ayudar a niños que tuvieran retraso en su desarrollo para gatear o andar.
Pero su uso se popularizó y años más tarde las andaderas estaban en las tiendas de artículos para bebé como un dispositivo para aprender a caminar y ayudar al menor a movilizarse. Padres, pediatras y especialistas en desarrollo infantil las recomendaron.
Sin embargo, el tiempo ha mostrado los efectos nocivos de aquella moda, todavía vigente hoy en algunos hogares.
Un estudio publicado en 2010 en el Bristish Medical Journal resaltó que estos aparatos no solo aumentan el riesgo de accidentes y lesiones graves, sino que retarda el desarrollo del niño y fuerzan al menor a tener posturas y movimientos antinaturales, retrasando el aprender a caminar.
Especialistas en pediatría destacan que el desarrollo motor va de la mano con el desarrollo mental, ya que primero el bebé se arrastra, después se sienta, gatea, y, por último, camina. Este ciclo se rompe con las andaderas, que apuran un movimiento similar al caminar y que, a la larga, demorará más que camine sin apoyo.
Otro de los puntos que destacan los pediatras es por ejemplo que los niños no se vean las piernas y altera la relación del niño con el espacio.
Más riesgos
Accidentes serios tras haber usado una andadera tampoco son excepcionales. Médicos aseguran que el 30% de los accidentes graves que atienden en bebés menores de un año están relacionados con una andadera.
Un niño en andadera tiene cuatro veces más riesgo de caerse de un segundo piso que uno que no está en este aparato, dos veces más posibilidades de fracturas y el doble de riesgo de quemaduras y de heridas por objetos punzocortantes.
A pesar de los riesgos, el uso como tal no puede prohibirse , pues es imposible imponer estas limitaciones a menos que se tenga una evidencia tremendamente firme, insisten los médicos.