Por años han hablado sobre nuestra relación, supuesta paternidad.
Sin embargo, es momento de dejar las cosas claras, tú y yo no tenemos nada que ver. Salvo, tal vez, una pequeña enemistad.
No queda duda de que hemos tenido encuentros épicos; inolvidables para mí por lo glorioso… y para ti por lo doloroso.
Pero no te confundas, aquel cabezazo de último minuto no denota nada más que mi hambre de triunfo y la existencia de tus fantasmas. Por favor no lo tomes como algo personal, yo habría luchado hasta el final sin importar a quién tuviera enfrente.
Bien sabes que éste no es el único ejemplo por el que nos relacionan, pero sin duda es el más claro referente de los últimos tiempos. Por el marco, el contexto y sobre todo por la forma.
Por eso te suplico de nuevo, no te confundas. No tenemos ningún parentesco. Y precisamente el ejemplo anterior es el mejor para hacerte saber las diferencias que existen entre tú y yo.
Al contrario de ti, yo crezco en la adversidad, yo no bajo los brazos. Me alimento de la presión y aumentan mis ganas de hacer rabiar a mis detractores. Ésa es mi esencia y mi espíritu.
Por el contrario, de tus glorias han pasado tantos años que tu pecho se ha enfriado. La presión te incomoda y el reloj es tu peor enemigo.
Mientras tú no puedes con el escarnio público, yo he forjado toda una identidad al rededor del odio de mis enemigos.
Es por eso que yo soy el rival a vencer… cuando tú sigues siendo el que juega con el rosario en la mano para no caer otra vez.
Y aunque no puedo cambiar lo que los demás piensen y digan (porque siempre dirán algo), sí puedo rogarte que tengas presente que tú y yo no somos de la misma familia. En nuestras venas no corre la misma sangre, y mucho menos compartimos ADN.
Dejemos claro que cada que nos volvamos a encontrar, yo tendré la obligación de salir victorioso porque mi historia así lo dicta, no porque tú seas el contrario.
No me malinterpretes, Cruz Azul, agradezco las emociones, pero yo JAMÁS tendría un hijo como tú.